miércoles, 22 de febrero de 2012

El Contrato Social. Jean Jacques Rousseau

SOBRE LA IGUALDAD


Rousseau parte de que el hombre es naturalmente bueno y que sólo por las instituciones se vuelven malvados los hombres. Rousseau, fuertemente influenciado en toda su obra y en toda su vida por Vincennes, concluye en una relación de causa efecto entre “el refinamiento material de la sociedad moderna y la degradación moral de sus contemporáneos”.

En su discurso sobre el Origen de y los Fundamentos de la desigualdad entre los Hombres  señala que frente a la afirmación de que la felicidad de la especie humana sólo vendría con el progreso y desarrollo de los conocimientos, las ciencias y las técnicas, Rousseau trata de demostrar paradójicamente que la decadencia de las grandes civilizaciones del pasado se produjo precisamente por esos avances que separaron al hombre de su estado primigenio y natural.

Rousseau llega a la conclusión de que la “la primera fuente del mal es la desigualdad” y busca los causantes de ese mal, señalando: “ellos (los declamadores) han visto el mal; y yo descubro sus causas [...] todos esos vicios no pertenecen tanto al hombre cuanto al hombre mal gobernado”. Ese mismo párrafo había comenzado con una visión amplia del problema “Extraña y funesta constitución en que las riquezas acumuladas facilitan siempre los medios de acumularlas mayores, y donde a quien nada tiene le es imposible adquirir algo; donde el hombre de bien ningún medio tiene de salir de la miseria, y donde necesariamente hay que renunciar a la virtud para volverse un hombre honrado”. Prescindiendo ahora de esa derivación moralizante con que remata la frase, en la nota que pone al párrafo Rousseau subraya una palabra clave que ha de desarrollar en el Origen de la desigualdad: Propiedad. Porque afinando sobre estos conceptos pasará de la pregunta afirmativa: “¿No son las ventajas de la sociedad para los poderosos y los ricos?” al hallazgo tajante del Contrato: “De hecho, las leyes son siempre útiles a los que poseen y perjudiciales a los que no tienen nada”.
Así pues, lo que cimenta esa sociedad contra la que arremete, es la desigualdad y sus secuelas, la acumulación, la explotación, que producirán en Rousseau como secuela inexcusable una visión apocalíptica de la sociedad: “Veo pueblos desventurados gimiendo bajo un yugo de hierro, al género humano aplastado por un puñado de opresores, una multitud hambrienta, abrumada de trabajos y hambre, de la que el rico bebe en paz la sangre y las lágrimas, y por doquiera al fuerte armado contra el débil con el temible poder de las leyes”

El Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres, arranca de la frase ya citada: “La primera fuente del mal es la desigualdad”, en este discurso señala que “viendo a mis semejantes seguir el ciego sendero de sus prejuicios, de sus errores, de sus desdichas y de sus crímenes, les gritaba con una voz débil que ellos no alcanzaban a oír: <<Insensatos que os quejáis sin cesar de la naturaleza, sabed que todos vuestros males proceden de vosotros mismos>>”.

En la búsqueda de ese estado primigenio y sin desigualdades – puesto que no aún no existe la sociedad – Rousseau configura un mundo a-histórico, pues  ve al hombre como un animal como los demás, hasta el punto de calificar de animal depravado al hombre que medita. Un hombre natural, instintivo, sin ratio todavía, sin sociedad y sin males. Pero ese hombre natural es ideal. Rousseau lo sabe, y así lo admite en el prefacio de este discurso “Porque no es liviana empresa separar lo que hay de originario y de artificial en la naturaleza actual del hombre, no conocer bien un estado que ya no existe, que quizá no haya existido, que probablemente no existirá jamás, y del que sin embargo es necesario tener nociones precisas para juzgar bien nuestro estado presente”.

Contra Hobbes afirma la inexistencia de conciencia de derechos y deberes, la falta de un lenguaje como tal – su formación necesita un pensamiento previo -, en resumen, su falta de razón formada. De ahí la frase: “El hombre que medita es un animal depravado”, tantas veces tergiversada por citarse fuera de contexto. En lo natural hay, sin embargo, dos características que si pertenecen a todos los animales, en cambio van a diferenciar al hombre del animal posteriormente: el amor de sí y la piedad: el primero es equivalente al instinto de conservación, y la piedad la tienen y la ejercen los demás animales con sus semejantes.

En ese primer estadio, ese animal hombre, sin moral, sin necesidades de ningún tipo (ni siquiera médicas: Rousseau aprovecha para satirizar a la medicina), es, al margen de la bondad y de la maldad, a-moral porque éste es un concepto social, sin odios, porque no hay razón que engendre el amor propio (derivado del amor de sí), fuente de las desigualdades; sin guerras porque no lo son las escasas disputas que el alimento puede, ocasionalmente, suscitar entre ellos.

Pero ¿cómo se produce el paso del hombre natural al hombre social? Aquí la explicación de Rousseau resulta vaga e insuficiente. Durante ese salto en el vacío se produjeron los primeros contactos entre los humanos en una evolución que les depararía el más feliz de los estadios históricos, la “verdadera juventud del mundo”, una edad de oro que ve el nacimiento de un hecho clave: el amor, tanto conyugal como paternal, y de otros “sentimientos” de los que no se sabe muy bien si son compañeros o secuelas del anterior: odio, envidia, orgullo, vanidad, amor propio: pero todavía en esta primera fase siguen viviendo libres, iguales. El paso siguiente será ya social y por tanto catastrófico, apocalíptico para el ser. En esa primavera aparece el trabajo individual, que cubre las pequeñas necesidades individuales pero que en su evolución va a derivar en producción especializada, en propiedad, en desigualdad. En términos modernos, Rousseau afirma lo que luego sería el punto de partida del marxismo: la desigualdad nace del desarrollo de las fuerzas productivas y de unas nuevas relaciones de producción, en las que lo superfluo va a generar la propiedad y todos sus derivados: en primer lugar, la guerra; en segundo lugar, para poner fin a la guerra, la creación de una “legalidad” que regule la nueva situación confirmando a unos en sus propiedades a cambio de la paz. Mientras para Locke la propiedad privada es un derecho natural, para Rousseau: “El primero al que, tras haber cercado un terreno, se le ocurrió decir esto es mío y encontró personas lo bastantes simples para creerle, fue el verdadero fundador de la sociedad civil. Cuántos crímenes, guerras, asesinatos, miserias y horrores no habría ahorrado al género humano quien, arrancando las estacas o rellenando la zanja, hubiera gritado a sus semejantes: “¡Guardaos de escuchar a este impostor!; ¡estáis perdidos si olvidáis que los frutos son de todos y que la tierra no es de nadie!”.

Es, por tanto, la propiedad la que funda un cuerpo legal, el Estado, que garantiza sus bienes, por ser ella la que tiene más que perder. Unas normas, un contrato que avale esa propiedad, que la defienda y la perpetúe aumentándola, haciendo crecer aún más esa desigualdad primera que instituye su aparición sobre la idílica edad de la igualdad anterior. El contrato propuesto por los que tienen a los que no tienen, es, según Rousseau, una estafa precedida por la amenaza de guerra: la paz que ahora ofrecen los primeros tiene como contrapartida la legitimación de la usurpación anterior. Este primer contrato que fundó el primer Estado era inicuo, opresivo de unos hacia otros. La conclusión lógica de este desarrollo conceptual hubiera sido, según Lecercle, que los pueblos tuvieran, como uno de sus derechos inalienables, el de insurrección: “Pero Rousseau se echó atrás, asustado ante las consecuencias”.

Starobinski saca dos conceptos claves: por un lado, “la doctrina de la desigualdad civil; no exigirá la igualación y la nivelación de las dos condiciones, desea solamente que la desigualdad civil sea proporcional a la desigualdad natural de los talentos. Por otro lado, sitúa al lector ante dos imposibilidades simétricas: la condición del salvaje no puede ser ya reconquistada, y la del “civilizado” es inaceptable”.

SOBRE LA LIBERTAD

El Contrato Social es escrito por Rousseau basando su estudio en la legitimidad de los hechos, no en éstos. Hay, por tanto, en el Contrato, bases que, además de convertir a Rousseau en el fundador del derecho político, permiten situarle entre los utopistas por su análisis de una sociedad legítima en oposición a una sociedad existente (como antes había opuesto al mítico hombre natural con el real hombre social) Cierto que rechazó bajar de las consideraciones generales a lo concreto para no ser acusado de libelista antigubernamental, y que sus conceptualizaciones permanecen por expreso deseo en le plano abstracto, puramente teórico: la búsqueda de lo absoluto queda señalada en las primeras líneas: “Quiero averiguar si en el orden civil puede haber alguna regla de administración legítima y segura, tomando a los hombres tal como son, y a las leyes tal como deben ser”.

Los dos primeros libros del Contrato plantean las condiciones universales de la legitimidad, partiendo de la hipótesis del contrato, del pacto, única que puede explicar lo que hasta entonces era antinatural: la formación de las sociedades humanas con la consiguiente alteración del hombre y de sus modos de vida. La teoría del contrato, va a contar con una interpretación nueva: la de la voluntad general que genera el contrato: “Cada uno de nosotros pone en común su persona y todo su poder bajo la suprema dirección de la voluntad general; y nosotros recibimos corporativamente a cada miembro como parte indivisible del todo”

Ese texto supone: en primer lugar, la enajenación total del individuo a la comunidad, y, en segundo lugar, la ganancia de lo que se pierde, es decir: cada individuo recibe los derechos que los demás miembros de la comunidad enajenan a ésta.

De cualquier modo, en Rousseau el esquema es más complicado en última instancia: porque derivará primero hacia las formas de gobierno: monárquica, aristocrática y democrática. Rousseau define a la democrática como un estado “en que los súbditos y el soberano no so más que los mismos hombres considerados bajo diferentes aspectos”. Democracia, que califica con el epíteto de república, de funcionamiento complicado, porque Rousseau trata de salvar por encima de todo el concepto de libertad. ¿Libertad para el individuo que enajenó sin reservas todos sus derechos? Dejó entonces de ser individuo para convertirse en ciudadano, y la libertad de éste es entonces total porque, poniendo por encima de sus intereses particulares el interés general, ha hecho una corrección sobre su yo individual: corrección que le leva  - por medio de la educación que le da el legislador – a asumir plenamente la voluntad general como interés propio. Esta parte del contrato se basa en esa soberanía del pueblo, completamente inalienable por un lado, y diferente al gobierno por otro; gobierno que será ilegítimo en el momento en que aquélla no se produzca. Cierto que en esa soberanía del pueblo hace Rousseau dos restricciones claves: del pueblo hay que separar al populacho, como el resto de la Ilustración, con Voltaire a la cabeza, había hecho: el populacho, la canalla, aquella parte de ciudadanos carente de propiedades. Y en segundo lugar las mujeres, porque para Rousseau el pueblo reunido sólo está formado, como en Roma, por hombres, y, en este aspecto antifeminista, Rousseau va más lejos que los demás ilustrados.

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